miércoles, 7 de noviembre de 2007

La Puerta


¡Abre la puerta Ernesto!

Sabía que aquí te encontraría. Siempre te has refugiado detrás de esta puerta que ha sido también refugio mió.

Esta puerta que te vio entrar cuando llegaste a este mundo, la misma que se abrió por las mañanas soleadas para salir en bicicleta y se cerró por las tardes de lluvia y juegos infantiles.

Ella nos escondió de fechorías y travesuras, de Julieta la solterona que nos perseguía con un chilillo por jugar en sus geranios y del perro de Don Joaquín inocente blanco de nuestras piedras certeras.

Por ella salimos al mundo a buscar fortuna y aventura y a ella volvimos con el alma llena y los bolsillos vacíos. En ella risa y llanto, sol y luna, tempestad y calma, lealtad y traición.

¡Cállate! ¡No llores cobarde!

Porque frente a esta puerta te presenté a Claudia, mi luz, mis ojos, mi vida y detrás de ella me traicionaste robándote mi alegría.

Esta puerta que te vio entrar cuando llegaste a este mundo, la misma te verá salir hoy, el último día de tu vida.

domingo, 4 de noviembre de 2007

El encuentro


Llegamos frente al portón de una casa grande, grande como las casa de la gente que tienen mucha plata. Mamá acababa de tocar el timbre y su ding-dong me hizo recordar porque estábamos ahí.

El camino entre el portón y la casa se me hizo largísimo, mis pies me pesaban como si en vez de zapatos llevara ladrillos. Entramos a una salita con tres sillones de bambú y adornada con pinturas elegantes en las paredes. Al final de la salita una ventana nos mostraba un patio enorme donde jugaban algunas muchachas y muchos bebes.

"¿Puedo ir a jugar papá?" – pregunté

"No amor, no es hora de jugar es hora de esperar." - contestó papá.

Esperamos, esperamos, esperamos y después esperamos aún más, hasta que desde una puerta al final de la salita saló una señora alta y delgada de las que apuntan con su nariz hacia el cielo y nos miran desde arriba como si les doliera el cuello.

"Pueden pasar" - dijo con voz de ceremonia - "él los está esperando".

La hora había llegado, sentí un frió que me subía desde los pies hasta la cabeza y mi corazón saltaba para evitar congelarse. ¿Y si es muy feo? ¿Y si es gordo como un globo o flaco como un hilo? ¿Y si tiene un solo ojo o dos narices o cola de mono? Peor aun: ¿si quiere robarme a mis papitos?

¡No lo voy a permitir! voy a defenderlos como se defiende un castillo y voy a... voy a...

Entonces lo vi, era un niño pequeño, creo que tenía dos o tres años, con el pelo tan lacio que parecían agujas y dientes de castor. Estaba vestido como para ir a una fiesta pero tan aterrado como yo. Me miró con sus ojos grandes y negros como la noche y me regaló una sonrisa que me calentó por dentro y deshizo el hielo en mi corazón.

"Pueden salir a jugar" - dijo la señora con su nariz aún buscando el cielo - " aquí vamos a hablar cosas de grandes".

Jugamos toda la tarde, yo por supuesto me asomaba a ratitos para ver que mis papás se estuvieran portando bien.

Pasaron muchos días y semanas, calculo que mil años antes de que aquel chico llegara a vivir a nuestro hogar, pero se trajo sus grandes ojos, su sonrisa y una chispa que le dio una nueva luz a nuestras vidas.